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"Atreverse a pensar limpiamente"

ATREVERSE A PENSAR LIMPIAMENTE

 

      Podríamos afirmar sin reservas que todos nos atrevemos a pensar. No obstante oímos: "no lo has pensado bien", "no lo pienses, hazlo"; "deja de pensar tanto"; "mucho de lo pensado no es pensado por nosotros" o incluso "piensa mal y acertarás".

      "Pensar limpiamente" sería el ejemplo, según se cuenta, de Diógenes de Sínope, que eligió la pobreza, como signo de virtud, por estimar que la posesión de mucho es descontento con uno mismo y para no vivir esclavizado de la riqueza. Un día estaba comiendo unas humildes lentejas, cuando pasó un ministro del emperador y le dijo, apelando a su inteligencia: "Ay, Diógenes, si aprendieras a ser más sumiso y adular no estarías comiendo lentejas. A lo que éste respondió: "Ay de ti, hermano, si aprendieras a comer lentejas no tendrías que adular tanto al emperador." ¿Pensar limpiamente? ¿Coherencia?

 

      Cuando se nos presentan multitud de opciones a elegir, el dilema se hace arduo, pensando en las repercusiones y consecuencias.

      Atreverse a pensar limpiamente sería cribar deseos, sin confundirlos con necesidad.

      La velocidad con la que el entorno apremia es vertiginosa y seguir sus derroteros nos empuja a acelerar. La premura, agitación, prisa, impulsividad, precipitación, apremio… demandan sosiego, temple, serenidad, aplomo, equilibrio y entereza. La inmediatez con la que se asiente implica impaciencia, apresuramiento, nerviosidad, cayendo en la temeridad, imprudencia, irreflexión, atolondramiento e impremeditación, requiriendo previsión, madurez, discreción, prudencia y cordura.

      La tortuga, después de envalentonarse al vencer en la carrera a la liebre, no tuvo más remedio que aceptar el desafío del caracol, que pretendía ofrecerle otro reto hacia el despertar. Tenía la lección aprendida y no dejaría que el exceso de confianza le permitiera jactarse. La tortuga había aceptado la aparente contienda, sin conocer las condiciones, aunque se dijera que no había color, porque en todo caso ella era mil veces más grande. El día previsto, en el lugar elegido por el gasterópodo, se congregó numeroso público, aunque sin demasiado entusiasmo, estimando que el caracol no representaba digno rival para el quelonio. La tortuga preguntó por la distancia a correr, conocedora de su superioridad. El caracol miró a su alrededor observando las caras de los congregados. Después de unos instantes de merecida expectación señaló un árbol de recto y recio tronco y le comunicó a su contrincante que sólo había que ascender un metro. Todos los presentes levantaron las cejas asombrados; esperaban que la tortuga se diera por vencida. La ardilla dio la orden de salida. El caracol con toda su lentitud comenzó a escalar centímetro a centímetro. La tortuga lo intentó cien veces y no consiguió trepar ni dos palmos. Antes de que su diminuto competidor llegara a la altura establecida se batió en retirada.

      A manera de moraleja podríamos estimar: "No estás aquí para cubrir las expectativas de otros, ni tan sólo las que demanda tu irracionalidad."

      ¿Qué sería pensar limpiamente? ¿Para qué?

 

 

"Cuando no se piensa lo que se dice

 es cuando se dice lo que se piensa."

Jacinto Benavente